Desde hace muchos meses no estoy siguiendo lo que hace o deja de hacer el partido gobernante de mi paÃs: el Partido Revolucionario Moderno (PRM). No hay que indagar en demasÃa para olfatear que es un partido polÃtico de derechas, a pesar de haber sido engendrado con la mitad del útero y un ovario y la vágina del PRD, partido en proceso de desaparición. Porque dos personas se han adueñado de las siglas y de su mentor como herencia, una costumbre muy habitual en los paÃses en vÃas de desarrollo.
El PRM accedió al poder gracias a la palabra «cambio» que destutanó al PLD. Este cambio es una pantomima muy bien lograda por los asesores nacionales e internacionales del presidente Abinader.
Sacrificando a su militancia y dirigencias por personas de la alta sociedad. Megamillonarios como lo es él y parece que entendió que se llevarÃa y gobernarÃa más tranquilo con personas sin necesidad de un sueldo público.
Es de derechas porque ni el matrimonio homosexual ni el feminismo entran en los planes de apuestas sociales ni de conquistas.
¿Cómo hemos permitido esta situación como pueblo dominicano? ¡Cómo también se lo permitimos a los gobiernos del PLD que quieren volver a gobernar!
Entre sotanas y vÃrgenes, y las avasalladoras prédicas de las y los evangélicos con poder polÃtico como nunca antes; el presidente Luis Abinader se siente tan arropado en el Palacio Nacional que ya ha puesto en marcha la reelección.
Gestionando la República Dominicana mediante préstamos y el sector privado donde él supone que les resolverán el desempleo de un paÃs semianalfabeto acostumbrado a las dádivas y a la caridad de sus votantes para subsistir. Nos han convertido el sistema de partidos polÃticos en pedigueños del Estado dominicano.
Aunque no se diga públicamente pero todos, todas y todes los que hemos emigrado y residimos quizá de por vida en ultramar, lo tenemos muy claro.
Decir que, personalmente, he quemado mi etapa de la politiquerÃa RD en Madrid. Me hubiera gustado un verdadero «cambio» en mi paÃs de origen. Pero tendré que esperar hasta que mis cenizas se las beba un rÃo, o quizá, la sal del mar…
Madrid, España.