El lamentable comportamiento exhibido por una gran parte de la población el pasado 24 de diciembre, hacen inmerecidas las flexibilizaciones otorgadas por el Gobierno para las festividades de Nochebuena y Año Nuevo.
Los 641 nuevos casos de ayer, sumados a los 824 del domingo, para un total de mil 465 en solo dos días, son el resultado del incumplimiento a las medidas de contención del Covid-19 en gente que desoyó el llamado a quedarse en sus casas y compartir en familia hasta la una de la mañana, y en cambio hizo tumultos callejeros sin mascarillas, distanciamiento físico, ni lavado de manos. Al momento de escribir estas líneas, el Gabinete de Salud, encabezado por la vicepresidenta Raquel Peña y convocado de forma extraordinaria, analizaba las medidas a tomar ante una positividad que en 24 horas había pasado de un 29 a un treinta y uno por ciento, y el preocupante aumento de ocupación en las camas, Unidades de Cuidados Intensivos, y ventiladores de los hospitales y las clínicas en todo el país. Viendo los 107 accidentes de tránsito, los once muertos y los 247 intoxicados sucedidos entre el jueves y el viernes, así como los más de dos mil detenidos por violar el toque de queda, podemos afirmar que el llamado a la cordura que impone el momento y que acompañaron las flexibilidades horarias, se convirtió en una especie de clarinada a la francachela.
Por todo lo acontecido las proyecciones para las fiestas de fin de año de pasado mañana pudiera ser catastrófico para el sistema sanitario. Es por eso que ya no se puede dejar la sensatez en manos de insensatos y se necesita un urgente replanteo de las cosas.
