Independientemente a las características del discurso, que para una reelección presidencial tiende a ser un pequeño recuento de lo realizado y un esbozo de lo que se pretende realizar, o a las reacciones de la oposición -siempre matizadas por la descalificación de la pieza- y por algún señalamiento nimio de una referencia bibliográfica, la toma de posesión de Luis Abinader fue muy buena.
La presencia record de 87 representantes de diferentes países, incluidos el rey de España y 15 dignatarios entre presidentes, vicepresidentes, jefes de gobierno, primeros ministros y gobernadores, refleja el gran liderazgo internacional que en tan solo cuatro años ha logrado el mandatario dominicano.
El que Abinader haya aprovechado el escenario para cuestionar los resultados comiciales de Venezuela e insistir que se muestren las actas electorales de ese proceso, así como la firma junto a 17 países de una declaración conjunta pidiendo cordura y respeto a los derechos humanos, habla en mayúsculas del compromiso de Abinader con los principios democráticos y la paz regional.
Elementos que no pasaron desapercibidos por la comunidad internacional ni por las principales agencias noticiosas del mundo que se hicieron eco de lo acontecido en el marco de la segunda investidura del gobernante quien, dicho sea de paso, entró al selecto grupo de los 6 presidentes dominicanos que han logrado revalidar su mandato en las urnas en más de un siglo.
Así las cosas, Luis Abinader, acompañado de su también reelecta vicepresidenta Raquel Peña, asume un nuevo y último mandato con la obligación de quedar bien, un reto que a juzgar por lo acontecido y las opiniones favorables al respecto, empezó con buen pie.