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sábado, julio 26, 2025
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Sanando el alma herida

Por JAVIER FUENTES | Politólogo y teólogo. Reside en NY.

Este artículo surge como una continuación del anterior, motivado por las necesidades expresadas de lectores y personas cercanas, entre ellas mi esposa, quien me recordó la importancia de llevar palabras de fortaleza para aquellos que padecen enfermedades; algunas psicosomáticas y otras más complejas como los trastornos mentales.

Demás está decir; que vivimos en una sociedad que, en su afán por satisfacer aspiraciones materiales, se mueve a un ritmo hiperveloz y desenfrenado que le genera ansiedad, estrés y, en muchos casos, depresión.

Esta situación, contribuye a su vez, al surgimiento de todos tipos de enfermedades incluyendo; cardiovasculares, obesidad, adicciones, diabetes, cáncer, etc

Comprender esto nos lleva a una pregunta crucial.

¿cómo podemos mejorar nuestra salud mental para conservar la física?

La respuesta sería: Hay diversos enfoques psicológicos, psiquiátricos y religiosos, que ofrecen soluciones.

Sin embargo, como cristiano con formación en consejería y experiencia personal, reafirmo que Cristo es la fuente de paz emocional y restauración que necesitamos.

El origen de la sanidad

Al hablar de modelo de sanidad desde la perspectiva pastoral debemos comenzar por identificar primero la raíz del problema y reconocer el padecimiento.

En el caso de la depresión, va más allá de ser un trastorno emocional, porque este padecimiento nos revela una desconexión con el propósito de la vida.

La Biblia en Proverbios nos recuerda: “La esperanza que se demora es tormento del corazón; pero el árbol de vida es el deseo cumplido” (Proverbios 13:12). Y al hacerlo vemos normal cómo la satisfacción de un logro nos trae tranquilidad de ánimo y alegría.

Es lo que nos trata de decir este versículo.

¿Pero en caso contrario qué hacer?

El apóstol Pablo ofrece una clave esencial: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).

Estas palabras nos invitan a confiar en Dios y descansar en su soberanía, incluso en los momentos más oscuros.

Porque la paz interior y el sosiego emocional impedirá el sufrimiento y surgimiento de cualquier trastorno y/o enfermedad.

La iglesia: una comunidad sanadora

El papel de la iglesia lo vemos con personas que están padeciendo estas condiciones especiales y que cometen los errores del aislamiento, un factor que agrava la depresión.

Por ello, la iglesia tiene una función esencial como refugio de amor, apoyo y aceptación.

Lo más relevante en este caso es la exhortación de Hebreos: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:24-25).

El discipulado y el acompañamiento espiritual son herramientas indispensables para quienes atraviesan momentos de oscuridad emocional.

La comunidad de fe no solo debe ser un espacio de oración, sino también un entorno donde se fomente el amor práctico y la ayuda mutua.

Tipos de depresión y su sanidad

La depresión puede manifestarse de diferentes maneras. Y seguido quiero que exploremos otras que no mencioné en el primer artículo. Y que son de los tipos más comunes.

Observemos cómo desde el enfoque cristiano podemos brindar consuelo y restauración:

Depresión posparto: Afecta a muchas mujeres después del nacimiento de un hijo, debido a cambios hormonales, físicos y emocionales.

El Salmo 127:3 nos recuerda el valor de los hijos como un regalo de Dios, dado que muchas madres optan por el abandono, desinterés y  homicidio. “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre.”

La comunidad cristiana puede ofrecer apoyo práctico y emocional a las madres que enfrentan este desafío.

Depresión estacional: Surge con los cambios de estación, especialmente durante el invierno donde algunas personas entran en pánico y aflicción.

El Salmo 27:1 dice: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?”

Buscar la luz de Dios puede aportar claridad y esperanza.

Depresión situacional: Es provocada por eventos traumáticos o cambios drásticos en la vida. Incluso pérdida matrimonial y financiera.

Pero el Salmo 34:18 nos recuerda: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.”

Depresión atípica: Incluye síntomas como hipersensibilidad al rechazo, alteraciones del apetito, adicciones y suicido.

El profeta, escribió en un contexto que tiene validez perpetua. “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.” (Isaías 41:10)

Estos versículos ofrecen fortaleza y esperanza en medio de cada lucha emocional.

La oración, conexión y sanidad: Jesús, aún siendo Dios, en su momento más difícil, dejó el ejemplo de cómo la oración nos fortalece: “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:41-42).

En la oración encontramos consuelo y dirección divina, un espacio donde nuestras lágrimas son recogidas y nuestras cargas aligeradas.

Jesús, el sanador por excelencia: A lo largo de los evangelios, Jesús no solo sanó enfermedades físicas, sino también heridas emocionales.

Mateo relata: “Y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó” (Mateo 4:24).

Cristo ofrece una sanidad integral, restaurando tanto el cuerpo como el alma.

Así ha sido testificado por el profeta:”Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. (Isaías 53:4-5)

El término hebreo (nirpá), que significa “curado” o “sanado”, abarca tanto la sanidad física como la emocional y espiritual.

Igual sucede en Griego:iáthēmen(fuimos curados o fuimos sanados). Esta palabra proviene del verbo ἰάομαι (iáomai), que significa “curar” o “sanar”.

Esto es consistente con el pensamiento hebreo, donde el concepto de “salud” (shalom) incluye la plenitud en todas las áreas de la vida: cuerpo, mente y espíritu.

Hoy, su compasión y poder sigue siendo accesibles para nosotros.

Herramientas prácticas desde una perspectiva cristiana:

  1. Fortalecer la relación con Dios: Mediante la lectura de la Palabra, la oración y la meditación, ahí encontramos guía y fortaleza.
  2. Buscar apoyo en la comunidad de fe: Compartir nuestras cargas con otros creyentes nos permite experimentar el amor del cuerpo de Cristo.
  3. Cuidar el cuerpo y la mente: Una buena alimentación, ejercicio físico y descanso son esenciales para combatir la depresión.
  4. Renovar la mente con la verdad de Dios. Como dice Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”

Conclusión

La depresión no es el destino final. En Cristo encontramos sanidad y transformación.

“Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ninguna” (Isaías 40:29).

Jesús tiene la puerta abierta para entrar y sanar un alma herida. Su invitación sigue vigente.

Ante cualquier situación haz conmigo esta oración:

Jesús; te invito a que seas el Señor y Salvador de mi vida. Guíame por el camino correcto y ayúdame a vivir para tu gloria. Renueva mi mente, sana mi corazón y llena mi alma con tu paz que sobrepasa todo entendimiento. Gracias por tu gracia y por aceptarme tal como soy. En tu nombre, Jesús. Amén.

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