Desafortunadamente la comunicaciรณn audiovisual ha sido invadida por una ola de vulgaridad donde el desenfreno, el irrespeto y la promociรณn de antivalores crecen de una manera preocupante e indetenible.
Un comportamiento aberrante iniciado a mediados de los aรฑos 90 cuando desde la radio fue implementado un estilo cargado de palabras obscenas, irreverencias, difamaciรณn y extorsiones donde lo que menos importaba era el respeto a la audiencia, al lenguaje, ni a las buenas costumbres.
La permisividad cรณmplice de quienes estaban llamados a poner freno al desacato ha hecho que, con la ayuda de la tecnologรญa y la realidad de las plataformas digitales, hoy la situaciรณn se haya salido de control y cada vez sean mรกs los delincuentes mediรกticos a quienes por cierto les va muy bien econรณmicamente.
Un aliciente escenario para que mucha gente sin la debida formaciรณn acadรฉmica, perfil, comportamiento, dicciรณn, historia ni trayectoria, se establezca bajo el amparo de una interpretaciรณn distorsionada del artรญculo 49 de la Constituciรณn que si bien garantiza el derecho a la libre expresiรณn, no asรญ las formas daรฑinas en que este se ejerza.
El paรญs no puede seguir permitiendo que lo soez y la degradaciรณn sea el bueno y vรกlido ni que personajes sin criterio ni formaciรณn sigan daรฑando la mentalidad colectiva con sus malos ejemplos. Sรณlo que ya la magnitud del problema no se resuelve con meras resoluciones exhortativas.
Urge sustituir las legislaciones desactualizadas que rigen la materia y crear un marco normativo y regulatorio moderno que garantice la opiniรณn pero que frene y proteja a la sociedad de esta nociva tendencia donde lo que se promueve es precisamente lo malo.