El temor de Occidente: El alma del enemigo

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La Rusia que vendrá entre sombras y ambiciones. Es lo que nosotros queremos predecir a través de este análisis sustentado en indicadores socioculturales y psicológicos.
Podemos inquirir de inmediato que en Moscú, detrás de los muros del Kremlin, se gesta una batalla silenciosa. Vladimir Putin, el hombre que redefinió el alma rusa en el siglo XXI, no es eterno.
Aunque siga en el poder, la pregunta sobre su sucesión ya tiene nervios tensos entre las élites. Occidente, atrapado entre el rechazo moral y la necesidad estratégica, no puede darse el lujo de esperar a que la historia lo sorprenda.
Putin ha construido algo más que un régimen. Ha fabricado una psicología de poder basada en el trauma, la nostalgia imperial y la necesidad de control. Sus sucesores no heredan solo un trono, sino un aparato emocional colectivo que exige obediencia y fuerza. La clave del futuro está, entonces, en descifrar esas almas ocultas.
Entre los nombres que circulan en las salas de análisis se repite uno: Nikolái Pátrushev. Exjefe del Servicio Federal de Seguridad (FSB), obsesionado cerebral con la seguridad del Estado, es la encarnación de la Rusia cerrada, antioccidental y profundamente desconfiada. Para Pátrushev, la historia no es progreso, sino resistencia.
Según Nikolai Petrov, de Chatham House, “el próximo mandato mostrará si Putin permitirá que tecnócratas ajenos a su círculo tomen control del sistema”. Pero Pátrushev no es un tecnócrata. Es un guerrero frío. Si asciende, lo hará con el miedo como herramienta de cohesión y con la narrativa de que Occidente quiere desmembrar a Rusia.
Un perfil más moderado pero funcional es el de Mijaíl Mishustin, actual primer ministro. Un burócrata eficaz, sin carisma ni ideología. No busca grandeza ni épica, sino orden. Si el régimen desea continuidad sin conflicto, él podría ser la figura de transición: una máscara racional para un sistema que seguiría operando con mano de hierro.
Sin embargo, como advierte el Council on Foreign Relations, “la falta de instituciones sólidas en Rusia impide imaginar una sucesión verdaderamente ordenada”. El poder en Moscú no se hereda por leyes, sino por pactos, miedo y lealtades. En ese contexto, un líder débil podría ser devorado por las mismas fuerzas que lo llevaron al poder.
Otra posibilidad temida: un general, o un miembro de las fuerzas de seguridad, sin experiencia política pero con hambre de afirmación. Este tipo de figura no necesita legitimidad ideológica. Solo necesita enemigos, internos y externos. Para Occidente, sería el peor escenario: un liderazgo sin visión, pero con misiles.
Rusia, en manos de una figura militarista sin narrativa, se volvería una potencia más reactiva, más desesperada. Como advierte el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), la economía rusa está quebrada por el gasto militar. Un nuevo líder sin resultados internos buscaría victorias externas para sobrevivir.
En este escenario, la psicología del nuevo zar no será de conquista, sino de miedo. Temor al vacío, al caos, al desprecio interno. En palabras de Harold Lasswell, “el carácter del líder autoritario se forma sobre inseguridades profundas que luego proyecta como necesidad de control absoluto”.
La paradoja está servida: Occidente, que tanto teme al hombre fuerte, podría añorar a Putin si lo reemplaza una figura sin freno ni brújula. Con Putin se podía negociar, predecir. Con un sucesor sin rostro, la lógica del poder se volvería más tribal. Menos diplomacia, más violencia.
Pero el Kremlin no es una estructura monolítica. Dentro hay divisiones, ambiciones y resentimientos.
Según Mark Galeotti, experto en seguridad rusa, “el verdadero peligro no es la transición, sino la lucha por controlarla”. Esa lucha no se verá en televisión. Se librará en despachos, expedientes y amenazas veladas.
Occidente debe prepararse no solo para reaccionar, sino para influir. Las sucesiones autoritarias tienen ventanas de vulnerabilidad únicas. Es allí donde se pueden sembrar ideas, condicionar apoyos, ofrecer rutas alternativas. Pero para hacerlo, hay que entender el alma del sucesor antes de que se nombre.
No basta con identificar nombres. Hay que leer sus gestos, sus discursos menores, sus biografías ocultas. La inteligencia moderna no es solo tecnológica. Es psicológica. ¿Quiénes los formaron? ¿Qué les duele? ¿Qué temen más: el colapso o la apertura? La respuesta está en su historia personal, no solo en sus cargos.
Mientras tanto, el pueblo ruso observa. Cansado, empobrecido, resignado. Pero también profundamente nacionalista. El próximo líder deberá satisfacer esa necesidad de grandeza. Si no lo logra con estabilidad, lo intentará con agresión. De ahí que cada decisión hoy, determine la guerra o la paz de mañana.
Esta es la gran enseñanza para Occidente: comprender que el futuro de Rusia no se juega solo en tanques y tratados, sino en las grietas del alma de quienes aspiran al poder. Ignorar eso sería repetir los errores de los años noventa. Y en el ajedrez ruso, la ignorancia no se perdona. Se paga con fuego.
Continuará…
