Trump, su ego herido y la paciencia de China

Por JAVIER FUENTES | Politólogo y teólogo. Reside en Nueva York
Donald Trump no es simplemente el presidente de los Estados Unidos. Es un fenómeno político, emocional y psicológico. Su figura desafía los cánones tradicionales de liderazgo, combinando espectáculo, impulso, grandilocuencia y una sed insaciable de reconocimiento.
Pero del otro lado del tablero global, se alza China: milenaria, silenciosa, totalitaria. Mientras Trump grita, China calcula. Mientras él reacciona, China planea.
Entender si Trump claudicaría —o ya lo hizo— ante China, requiere una exploración profunda de su mente y de la naturaleza de su adversario.
Un liderazgo narcisista
Numerosos profesionales de la salud mental han examinado el comportamiento del presidente Trump, alertando sobre sus patrones psicológicos.
A pesar de que el Código de Ética de la Asociación Psiquiátrica Americana impide diagnosticar sin evaluación directa, un grupo de expertos rompió el silencio ético invocando el “deber de advertir” (duty to warn).
El Dr. John Gartner, psicólogo de Johns Hopkins, fue claro:
“Donald Trump muestra síntomas claros de narcisismo maligno. No es simplemente narcisista, sino clínicamente peligroso.”
Dra. Bandy X. Lee, psiquiatra forense de Yale, compiló el libro The Dangerous Case of Donald Trump con 37 especialistas:
“Trump es incapaz de reconocer la realidad cuando ésta le es desfavorable. Todo está subordinado a su necesidad de validación.”
Dr. Justin Frank, psiquiatra de George Washington University, lo resume así:
“El caos es parte de su necesidad de control. No lo evita, lo provoca para dominar.”
Los expertos coinciden: Trump no es estratégico, es reactivo. Su comportamiento está condicionado por la narrativa de superioridad, por la imagen que proyecta de sí mismo. Esto lo hace profundamente vulnerable frente a regímenes que saben manipular símbolos y percepciones.
China paciencia y hambre imperial
China no actúa desde la emoción. Su estructura de poder es vertical, disciplinada, sin las interferencias de la democracia o la opinión pública. El Partido Comunista Chino, liderado por Xi Jinping, se guía por una visión imperial de largo plazo, y su táctica es la infiltración gradual, no el conflicto directo.
Ha conquistado medio mundo con préstamos trampa, control de puertos, compra de tierras y redes de telecomunicaciones.
Controla a su propia población con vigilancia digital y censura algorítmica.
Ha hecho del comercio, la diplomacia y la tecnología herramientas silenciosas de dominación.
Para Pekín, el poder se ejerce sin estridencias. Su estrategia es milenaria: desgastar al adversario desde dentro, usar sus debilidades emocionales como palancas de avance. Y en Trump, encontraron una fisura evidente: su ego desbordado.
“China no necesita invadir, necesita hacerte sentir que ganaste cuando ya te quitó medio tablero.” —Análisis del Instituto de Estrategia del Sudeste Asiático.
Trump ego herido frente a China
Durante su primer mandato, Trump creyó haber sometido a China con su guerra comercial. Firmó acuerdos con promesas de grandes compras de productos estadounidenses. Sonrió para las cámaras. Pero detrás del telón, Pekín ganó tiempo, jugó al desgaste, y sus compromisos se evaporaron entre tecnicismos y evasivas.
Trump quedó con la imagen de haber sido engañado por la astucia asiática. En medios y círculos de poder, esa etiqueta pesa:
“Trump tiene la etiqueta de tonto… y se la quiere cobrar.”
Y para un narcisista patológico, eso es personal.
El deseo de vengarse no parte de una estrategia nacional, sino de una herida emocional. Trump no busca un reordenamiento del orden global, busca su revancha personal. Pero ese impulso puede ser su mayor debilidad.
“Un narcisista puede cederlo todo si cree que ha ganado. Lo importante es la imagen, no la sustancia.” —Dr. John Gartner.
China, experta en construir escenarios de falsa victoria, podría repetir la jugada. Solo necesita hacerlo sentir invencible, mientras avanza sin resistencia.
Dos potencias en guerra psicológica
El choque entre Trump y China no es solo comercial ni ideológico. Es un duelo psicológico entre el ego inflamado y el cálculo helado. Trump no claudicaría de manera visible, pero podría ser manipulado para hacerlo mientras cree estar venciendo.
La pregunta clave es:
¿Puede un líder emocional enfrentar a un imperio sin emociones?
Si el ego sigue guiando la política exterior, Estados Unidos no será dirigido, será arrastrado. Porque donde un narcisista ve victoria, un imperio silencioso puede estar celebrando una conquista.
